Para mí y seguramente más personas, el vino, es algo inherente a la misma
historia de la humanidad, natural, nace como la vida misma. Si haces jugo de
uva y lo dejas seguir su curso… se convierte en vino por sí mismo. Con los
avances tecnológicos y la propia mejora de los conocimientos, los procesos se
han mejorado y son cada vez más dificultosos, lo que evidentemente ha
repercutido en un crecimiento exponencial de las calidades. Pero en realidad
ese proceso en que un jugo se convierte en vino es algo que la propia
naturaleza sabe hacer sin nuestra participación.
Y
todo ese proceso es el que digo que seduce y enamora. Es algo romántico; el
viticultor recoge un regalo que nos da la misma tierra, la madre naturaleza. Lo
planta, lo mima, le ve crecer cada año. Cuando es el momento vendimia, recoge
los frutos, los acompaña. Y en bodega ocurre el milagro, la transformación; el
azúcar se convierte en alcohol, el jugo en vino. Un resultado único con
millones de posibilidades finales diferentes; dependiendo de la tierra, del
clima de esa añada, de la variedad, de la elección del proceso de vinificación…
Un universo entero en el que quedar embriagado.
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